Las dos horas siguientes las pasaron navegando muy lejos de la costa. Durante la travesía habían pasado junto a icebergs enormes, mayores que casas de muchos pisos. Varias veces vieron a lo lejos cómo algunas Orcas salían del agua para caer de espaldas con todo su peso. ¡Menos mal que estaban encima de la ballena! Porque cuando caían cerca, se creaban unas olas muy grandes, que de estar mas cerca seguro les habrían mojado, ¡y el agua de estos mares está congelada!
Cuando los más pequeños llevaban un rato preguntando a George: "¿Cuanto falta?", la ballena cambió ligeramente de rumbo, y se dirigió hacia una zona donde había una parte sin hielo, compuesta de arena y rocas de un color marrón oscuro. Al llegar, el osito se tiró rápidamente al agua sin esperar a que la ballena llegara hasta la orilla, y se fué corriendo hacia lo alto de las rocas. Miró durante unos segundos, y volvió con los niños.
-Bueno osito, supongo que esta es tu casa. Así que ¡Corre! ¡Ve con tu mamá y tus hermanitos! - le dijo Clara.
-¡Eso! ¡Ve! ¡Corre, que seguro que tu mamá estará muy preocupada! - dijo Susan.
Cada uno de los niños le dió un abrazo al osito, y después esperaron a que se fuera a su casa. Pero en lugar de irse, el osito empezó a morder los bajos del pantalón de George y a tirarle hacia el interior de la costa.
- Creo que quiere que le acompañemos - dijo Anna.
- Pues no podemos ir -contestó George, mientras intentaba librarse del osito - Recordad lo que nos dijo el abuelo: no nos podemos acercar a los animales, y menos a las mamas osas, que se enfadan muchísimo si te ven cerca de unos de sus ositos-.
Desde el agua, la ballena lanzó un resoplido fortísimo, y después los delfines también chillaron muy fuerte.
- Vale, vale. Esta bien. Ya voy contigo - dijo George.
- Esta vez te acompaño - dijo Susan- Soy la segunda mayor, y recuerda que no podemos ir solos por aquí, por muy mayores que seamos.
-Está bien, hermanita - dijo George - Vamos. Los demás, esperad aquí y quedaos junto a la ballena. Y si veis que venimos corriendo, ¡subid enseguida encima suyo, porque es muy posible que nos esté persiguiendo una osa!
-Vale... - dijeron todos.
Susan y George, cogieron las mochilas con la cuerdas, y siguieron al osito, que ya estaba corriendo hacia el interior. Después de subir hasta la parte de arriba de la playa, el terreno era de nuevo hielo, y casi plano, por lo que pudieron ver a lo lejos una osa enorme, que estaba junto a una grieta en el hielo.
- ¡Mira George! -grito Susan.
- No te muevas. - contestó George-.
Los dos niños se quedaron quietos como estatuas, muertos de miedo, mientras el osito corrió hacia su mamá. Cuando llegó junto a ella, miró hacia el interior de la grieta, y emitió un bramido muy largo y agudo. A continuación, miró de nuevo a los niños y bramó de nuevo.
- ¿Qué hacemos, George? - dijo Susan -Creo que necesitan nuestra ayuda. Seguro que hay alguno de lo suyos en el fondo de esa grieta.
- De acuerdo, Susan - contestó George -, pero si la osa se pone nerviosa, nos damos la vuelta y a correr. ¿Vale?
- Vale - confirmóSusan.
Ambos iniciaron la marcha hacia la grieta. A los pocos pasos, mamá osa empezó a moverse hacia ellos indicándoles que no se acercaran más. Los niños se pararon en seco y dieron media vuelta, preparados para empezar a correr. Pero justo en ese momento, el osito se puso delante de la osa y no la dejó avanzar. Mamá osa se paró e intento apartar al osito con su gran hocico, pero el osito resistió impidiendo que su mamá pudiera avanzar hacia los niños.
Finalmente mamá osa volvió a la grieta, y Susan y George pudieron avanzar. Al llegar junto a la grieta, se colocaron en la parte opuesta a la que ocupaba la osa, por si acaso, y miraron hacia el fondo.
- ¡Mira George! ¿Lo ves? ¡Es un osito que se ha caido! - exclamó Susan.
A unos 10 metros debajo de ellos, y en un pequeño saliente que hacía de balcón, había un pequeño osito, más joven incluso que el su amigo osito. No parecía que estuviera herido, pero sí muy cansado. ¡Debía llevar allí abajo varios dias!
George sacó rápidamente la cuerda de escalada que llevaba en la mochila, clavó en el hielo un piolett, como le había enseñado su abuelo en Veranos anteriores, y le ató un extremo de la cuerda. Después se puso crampones en la botas para poder clavarlos en el hielo, se aseguró el tro extremo de la cuerda al cuerpo, y empezó a descender por la grieta. Tras descender los 10 metros, llegó a donde estaba el osito.
-¿Hola osito! - le dijo cariñosamente George, mientras se acercaba con cuidado al asustado osito. -Vamos a sacarte de aquí enseguida, ¿Vale? - gritó Susan desde arriba.
George se desató la cuerda y se la puso alrededor del cuerpo del osito. Tras asegurarse de que estaba bien atada, dió señales a Susan, que empezó a tirar de la cuerda con todas sus fuerzas. Pero a pesar de que hacía todo lo que podía, el osito apenas se elevó unos centímetros.
-¡Pesa demasiado, George! ¡No puedo con él! - gritó desesperada Susan.
Y en ese instante, el osito empezó a elevarse rápidamente. Tanto, que en pocos segundos estuvo arriba.
-¡Muy bien Susan! - gritó George- ¡Ahora tírame la cuerda de nuevo y ayúdame a subir!
Cuando George llegó arriba, y miró hacia delante, no se podía creer lo que veían sus ojos: ¡Mamá osa, osito, y Susan estaban tirando conjuntamente de la cuerda! ¡Por eso subieron tan rápido!
Después de un rato mirando cómo mamá osa mimaba a sus ositos, Susan y George decidieron que ya era hora de volver con los otros. Se despidieron de la família de osos, y volvieron a la playa.
Cuando llegaron a la playa, se quedaron de nuevo parados ante lo que vieron: ¡Un enorme helicóptero estaba sobre la arena! Y dentro, además de los primos y hermanos, estaba el abuelo, sentado en el asiento del copiloto, y sonriendo.
-Por lo menos no parece enfadado, ¿No, George? - dijo Susan
-Pues parece que no, Susan.
Una horas más tarde, ya de nuevo en los igloos de sus abuelos, habiéndose cambiado y cenado sin comentar nada sobre la aventura, los niños se fueron a la cama, pensando que los abuelos no habían dicho nada porque realmente estaban MUY ENFADADOS.
Pero cuando llegaron a la cama, se encontraron con un cuento encima que se titulaba: "La leyenda del osito y la ballena gris". ¿A que no sabéis qué contaba? Seguro que ya lo habéis adivinado: ¡La misma historia que les ocurrió a nuestros amigos! Por eso el abuelo no estaba enfadado, porque sabía que cada muchos muchos años, esta leyenda se repetía de verdad, y algunos niños tenían la inmensa suerte de vivir esa gran aventura.
Cuando los más pequeños llevaban un rato preguntando a George: "¿Cuanto falta?", la ballena cambió ligeramente de rumbo, y se dirigió hacia una zona donde había una parte sin hielo, compuesta de arena y rocas de un color marrón oscuro. Al llegar, el osito se tiró rápidamente al agua sin esperar a que la ballena llegara hasta la orilla, y se fué corriendo hacia lo alto de las rocas. Miró durante unos segundos, y volvió con los niños.
-Bueno osito, supongo que esta es tu casa. Así que ¡Corre! ¡Ve con tu mamá y tus hermanitos! - le dijo Clara.
-¡Eso! ¡Ve! ¡Corre, que seguro que tu mamá estará muy preocupada! - dijo Susan.
Cada uno de los niños le dió un abrazo al osito, y después esperaron a que se fuera a su casa. Pero en lugar de irse, el osito empezó a morder los bajos del pantalón de George y a tirarle hacia el interior de la costa.
- Creo que quiere que le acompañemos - dijo Anna.
- Pues no podemos ir -contestó George, mientras intentaba librarse del osito - Recordad lo que nos dijo el abuelo: no nos podemos acercar a los animales, y menos a las mamas osas, que se enfadan muchísimo si te ven cerca de unos de sus ositos-.
Desde el agua, la ballena lanzó un resoplido fortísimo, y después los delfines también chillaron muy fuerte.
- Vale, vale. Esta bien. Ya voy contigo - dijo George.
- Esta vez te acompaño - dijo Susan- Soy la segunda mayor, y recuerda que no podemos ir solos por aquí, por muy mayores que seamos.
-Está bien, hermanita - dijo George - Vamos. Los demás, esperad aquí y quedaos junto a la ballena. Y si veis que venimos corriendo, ¡subid enseguida encima suyo, porque es muy posible que nos esté persiguiendo una osa!
-Vale... - dijeron todos.
Susan y George, cogieron las mochilas con la cuerdas, y siguieron al osito, que ya estaba corriendo hacia el interior. Después de subir hasta la parte de arriba de la playa, el terreno era de nuevo hielo, y casi plano, por lo que pudieron ver a lo lejos una osa enorme, que estaba junto a una grieta en el hielo.
- ¡Mira George! -grito Susan.
- No te muevas. - contestó George-.
Los dos niños se quedaron quietos como estatuas, muertos de miedo, mientras el osito corrió hacia su mamá. Cuando llegó junto a ella, miró hacia el interior de la grieta, y emitió un bramido muy largo y agudo. A continuación, miró de nuevo a los niños y bramó de nuevo.
- ¿Qué hacemos, George? - dijo Susan -Creo que necesitan nuestra ayuda. Seguro que hay alguno de lo suyos en el fondo de esa grieta.
- De acuerdo, Susan - contestó George -, pero si la osa se pone nerviosa, nos damos la vuelta y a correr. ¿Vale?
- Vale - confirmóSusan.
Ambos iniciaron la marcha hacia la grieta. A los pocos pasos, mamá osa empezó a moverse hacia ellos indicándoles que no se acercaran más. Los niños se pararon en seco y dieron media vuelta, preparados para empezar a correr. Pero justo en ese momento, el osito se puso delante de la osa y no la dejó avanzar. Mamá osa se paró e intento apartar al osito con su gran hocico, pero el osito resistió impidiendo que su mamá pudiera avanzar hacia los niños.
Finalmente mamá osa volvió a la grieta, y Susan y George pudieron avanzar. Al llegar junto a la grieta, se colocaron en la parte opuesta a la que ocupaba la osa, por si acaso, y miraron hacia el fondo.
- ¡Mira George! ¿Lo ves? ¡Es un osito que se ha caido! - exclamó Susan.
A unos 10 metros debajo de ellos, y en un pequeño saliente que hacía de balcón, había un pequeño osito, más joven incluso que el su amigo osito. No parecía que estuviera herido, pero sí muy cansado. ¡Debía llevar allí abajo varios dias!
George sacó rápidamente la cuerda de escalada que llevaba en la mochila, clavó en el hielo un piolett, como le había enseñado su abuelo en Veranos anteriores, y le ató un extremo de la cuerda. Después se puso crampones en la botas para poder clavarlos en el hielo, se aseguró el tro extremo de la cuerda al cuerpo, y empezó a descender por la grieta. Tras descender los 10 metros, llegó a donde estaba el osito.
-¿Hola osito! - le dijo cariñosamente George, mientras se acercaba con cuidado al asustado osito. -Vamos a sacarte de aquí enseguida, ¿Vale? - gritó Susan desde arriba.
George se desató la cuerda y se la puso alrededor del cuerpo del osito. Tras asegurarse de que estaba bien atada, dió señales a Susan, que empezó a tirar de la cuerda con todas sus fuerzas. Pero a pesar de que hacía todo lo que podía, el osito apenas se elevó unos centímetros.
-¡Pesa demasiado, George! ¡No puedo con él! - gritó desesperada Susan.
Y en ese instante, el osito empezó a elevarse rápidamente. Tanto, que en pocos segundos estuvo arriba.
-¡Muy bien Susan! - gritó George- ¡Ahora tírame la cuerda de nuevo y ayúdame a subir!
Cuando George llegó arriba, y miró hacia delante, no se podía creer lo que veían sus ojos: ¡Mamá osa, osito, y Susan estaban tirando conjuntamente de la cuerda! ¡Por eso subieron tan rápido!
Después de un rato mirando cómo mamá osa mimaba a sus ositos, Susan y George decidieron que ya era hora de volver con los otros. Se despidieron de la família de osos, y volvieron a la playa.
Cuando llegaron a la playa, se quedaron de nuevo parados ante lo que vieron: ¡Un enorme helicóptero estaba sobre la arena! Y dentro, además de los primos y hermanos, estaba el abuelo, sentado en el asiento del copiloto, y sonriendo.
-Por lo menos no parece enfadado, ¿No, George? - dijo Susan
-Pues parece que no, Susan.
Una horas más tarde, ya de nuevo en los igloos de sus abuelos, habiéndose cambiado y cenado sin comentar nada sobre la aventura, los niños se fueron a la cama, pensando que los abuelos no habían dicho nada porque realmente estaban MUY ENFADADOS.
Pero cuando llegaron a la cama, se encontraron con un cuento encima que se titulaba: "La leyenda del osito y la ballena gris". ¿A que no sabéis qué contaba? Seguro que ya lo habéis adivinado: ¡La misma historia que les ocurrió a nuestros amigos! Por eso el abuelo no estaba enfadado, porque sabía que cada muchos muchos años, esta leyenda se repetía de verdad, y algunos niños tenían la inmensa suerte de vivir esa gran aventura.
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