lunes, 11 de mayo de 2009

PAUSE


Aquella mañana de primavera, a Ana no le hizo falta el despertador para levantarse. ¡Cumplía10 años y se sentía llena de energía

Por primera vez, sus padres le dejaban organizar su fiesta de cumpleaños, y además, había convencido a sus abuelos para celebrar la fiesta en el jardín de su casa. Sin embargo, su abuela sólo le había puesto tres condiciones: que no entraran en el taller del abuelo, que la fiesta acabara antes de las 8 de la tarde, y que lo dejaran todo recogido antes de irse.  

¡La mañana de los preparativos pasó volando! Eran casi las 2 de la tarde, y junto con sus amigas Paula, Lola y Laura, que habían ido a primera hora para ayudarla, todavía estaban acabando de escribir los nombres de los invitados en todos los vasos y platos. Así, cada uno tendría siempre su vaso y su plato, y al final del día habría muchísimo menos plástico para llevar a los contenedores de reciclaje. 

Mientras tanto, sus hermanos Alex y Cristina eran los encargados de pintar y colgar las pancartas y los globos, tanto en el jardín como en el salón, por si se ponia a llover durante la fiesta. ¡Se lo estaban pasando bomba con las pinturas!

A las 4 de la tarde, todos los invitados hacía rato que habían llegado, y dividían el tiempo entre participar en los juegos que habia organizado la madre de Ana, y devorar la merienda, sobretodo los croisants de jamón o bocadillos de crema de cacao. 

Se estaban terminando muy rápido, como en todas las fiestas, pero Ana lo tenía todo planeado: sólo había sacado de la cocina la mitad de la comida y bebida. Al rato, cuando todos llevaban ya un tiempo pensando que se habían acabado los que más les gustaban, ¡sorprendió a todos sacando más bocadillos, croissants, y bebidas de nuevo!.

En uno de los viajes a la cocina, al pasar por el salón, observó que la puerta del taller de su abuelo estaba medio abierta. Se acercó para cerrarla, y asegurarse de que nadie entrara, pero cuando cogía el pomo de la puerta para cerrar, le sorprendió un brillo intenso que salía del interior del taller. Emitía luces de varios colores, desde dorado a rojo rubí. A pesar de que sabía que no debía entrar, no pudo evitar acercarse un momento para ver qué era lo que brillaba tanto. 

El objeto estaba encima de la mesa de trabajo, rodeado de papeles y libros. Lo cogió y lo observó con curiosidad: parecía un reloj antiguo de oro, y tenía un cristal rojizo en la parte de arriba. Contenía 4 agujas en lugar de 3. Y a los lados había varios botones pequeños, como en los relojes modernos. Era muy raro, pero le sonaba familiar, como si lo hubiera visto antes, aunque no recordaba dónde.

De repente, recordó que no debía estar allí. Alargó el brazo hacia la mesa, para dejar el supuesto reloj donde estaba, pero antes de soltarlo, apretó sin querer uno de los botones ¡Al instante, el cristal del reloj iluminó toda la habitación de un rojo intenso! A los pocos segundos, se apagó casi del todo. Cuando iba a presionar de nuevo el botón para que se apagara del todo, notó que había cambiado algo del ambiente: ¡No se oía a nadie de la fiesta!

Salió del taller todavía con el reloj en la mano, asomó la cabeza al salón, y seguía sin oir nada. ¡Era como si todo el mundo se hubiera ido al mismo tiempo! Avanzó unos pasos por el salón en dirección al jardín. Y Nada, ningún sonido, tampoco de la calle. Salió al jardín, y ¡lo que vió la dejó de piedra!



lunes, 13 de abril de 2009

PAUSE (2ª parte)



¡Ana no podía creerse lo que estaba viendo!: todo el mundo se había quedado parado al mismo tiempo, como si formaran parte de una película de DVD, y alguien hubiera apretado el botón de PAUSE del mando. 

Y no sólo eran las personas, si no que ¡TODO estaba parado!: los coches, la gente de la calle, el viento, y los pájaros, que estaban flotando en el cielo, como si fueran pinturas en una pared azul cielo.

-¡Debo estar soñando! ¡Esto no puede estar pasando! - pensaba Ana, mientras bajaba los escalones que daban al jardín. 

Se paseó por entre la gente, teniendo cuidado de no tocarlos. Había algunos con unas muecas muy curiosas, como cuando le haces una foto a alguien desprevenido, que además está comiendo o está hablando con alguien.

Estuvo a punto de tocar a alguien, pero le daba miedo que cayera como una estatua, y se rompiera algo. En su lugar, tomó un vaso, lo levantó y lo soltó, para ver qué pasaba con los trozos cuando se rompía.  ¡Pero al dejarlo, el vaso se quedó flotando en el mismo sitio! Entonces lo volcó, para que cayera el agua que contenía, pero era como si estuviera helada, y no se movió de su posición original.

Tras dejar el vaso en su sitio, se quedó de nuevo mirando a sus amigos, y se preguntó cómo había ocurrido eso, y cuánto tiempo duraría. Y en ese momento, notó de nuevo en la otra mano el reloj del abuelo. Recordó que la última cosa que había hecho cuando todo era normal era apretar sin querer uno de los botones. Levantó la palma de su mano, con el reloj encima. El cristal seguía brillando suavemente con una luz rojiza. Sin pensarlo dos veces, apretó de nuevo el botón. De repente ¡Todo volvió a la normalidad! La gente se movía de nuevo de un lado a otro, los coches volvían a circular, el viento movía de nuevo las hojas de los árboles, y los pájaros seguían su vuelo.

Miró a su alrededor, para ver si alguien se había sorprendido de que apareciera en el jardín de repente, pero nadie parecía haberse dado cuenta

Satisfecha y aliviada de haber solucionado el problema, se guardó el reloj en el bolsillo de su pantalón, y siguió atendiendo a sus amigos.

Pasó la tarde, llegaron las 8 de la tarde, y todos se habían ido a sus casas. Bueno, todos no: sus amigas Laura, Lola y Paula se habían quedado de nuevo para ayudarla a recoger todo. ¡Suerte que la gente había conservado el mismo vaso y plato, con su nombre escrito a rotulador! Si no, habrían tenido que llenar varias bolsas de basura más. Mientras tanto, sus hermanos Alex y Cristina se peleaban para ver quien de los dos estiraba cada una de las pancartas, o bien petaba más globos.

Eran las 10 de la noche, y Ana estaba agotada, sentada en una butaca del jardín. Llevaba despierta muchas horas, pero no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Era tan increíble que nadie la creería...¡a no ser que se lo demostrara! De repente, oyo unos pasos que se acercaban por detrás:

-¡Hola Ana! ¿Que tal ha ido la fiesta?-.

Era su abuelo. Ana se levantó, le dió un abrazo y le dijo:

-Abuelo, no he cumplido mi promesa, y he entrado en tu taller-.

- Ya lo sé, Ana, y creo que tienes algo que es mio, ¿no? - contestó el abuelo sonriente, y extendiendo la palma de su mano hacia ella.

Ana le dió el reloj, avergonzada por no haber sido capaz de cumplir su palabra. No sabía si decirle lo que le había pasado, ni cómo contárselo. ¡Era tan increible!

- ¡Vaya, vaya! - dijo el abuelo mientras revisaba el reloj - Veo que lo has usado, pequeña. ¡Bien! Pues ya que te has adelantado algunos años, no me queda más remedio que contarte un secreto familiar, que se ha pasado de abuelos a nietos desde hace muchas generaciones.

Esta vez fué Ana la que se quedó de piedra. ¡Aquel había sido el día más increíble de toda su vida!





domingo, 1 de marzo de 2009

PAUSE - 3ª parte: la historia del reloj


El abuelo de Ana se sentó junto a ella, y empezó a hablar. Por el tono, Ana ya sabía que iba a contarle una historia durante la siguiente media hora, ¡por lo menos! Así que se acomodó en la butaca, y escuchó con atención. ¡El abuelo era muy bueno contando historias!

- Hace muchos años, - empezó el abuelo-  vivía un pescador llamado Victor, en un pequeño pueblo de la Costa Brava. Un día que estaba pescando con su barca, vió a alguien estirado boca abajo en la orilla de una playa. Parecía que estaba herido y sin sentido. Al acercarse para socorrerlo, observó que parecía haber estado varios dias perdido en el mar. Tenía la cara quemada por el Sol, y varias heridas en brazos y piernas. Seguramente al haberse golpeado contra las rocas cuando llegó a la playa. Sin pensarlo, lo llevó rápidamente a su casa, donde estuvo varios dias durmiendo. 

Cuando por fin se despertó, el náufrago le contó que viajaba en un barco desde Marsella hacia Barcelona. Una noche de tormenta, estaba en la cubierta cuando una inmensa ola le arrastró fuera del barco. Gritó pidiendo auxilio, pero se perdió entre el ruido de las olas y el viento. Se quedó flotando durante varios dias, gracias a una madera que encontró flotando. Y ya no recordaba nada más hasta que había despertado en esa habitación. 

Cuando ya estuvo recuperado, y a punto de marcharse le dijo al pescador:

- Me has salvado la vida, y por ello te voy a dar algo muy valioso para mí. No tengo hijos, y ya soy mayor. Por ello es necesario que tú sigas la cadena.

El pescador no entendió nada. Se miró lo que tenía en la mano: era una pequeña caja de metal, bastante pesada y de un color oscuro. La abrió, y - dentro estaba el reloj que has descubierto hoy - dijo el abuelo sonriente.

¿Y qué le dijo el náufrago? ¿Le contó para qué sirve parar a todos menos el que tiene el reloj? - preguntó Ana impaciente.

Claro que se lo dijo - contestó el abuelo, rodeándola con su brazo izquierdo- Le contó que gracias a ese objeto podría ayudar a mucha gente. Sólo tenía que pulsar el bótón derecho, y todo se pararía de inmediato, excepto ella. Este momento se llamaba PAUSE. Entonces podría evitar que alguien sufriera daño, o que algo malo ocurriera, moviendo lo que hiciera falta, antes de presionar de nuevo el botón para que todo volviera a ser normal.

Sólo hay dos reglas básicas: - le dijo por último el náufrago - La primera es que sólo puedes utilizar el reloj para ayudar a los demás, no a tí misma. Si lo haces, el reloj dejará de funcionar durante 1 año completo, así que ten mucho cuidado si lo usas para esto, ya que pasarás un año entero sin poder ayudar a nadie.

- ¿Y la segunda? - dijo Ana intrigada.

- Pues que el reloj tiene que pasarse de abuelos a nietos, saltándose una generación - contestó el abuelo - Sólo si no tienes hijos puedes decidir a quién se lo entregas. 

Ana se quedó cabizbaja, jugando con el reloj. Entonces observó el botón de la izquieda, del que se decia nada en la historia.

- ¿Para que sirve el botón izquierdo? - preguntó

- No lo sé, Ana - contestó el abuelo - Lo único que sé es que el náufragó le dijo al pescador lo mismo que le había dicho a él su abuelo:

- El botón izquierdo sirve para contrarestar el lado malo.

¿Y eso qué debe significar? - dijo Ana un poco frustrada por la respuesta.

-Pues no sé, muchacha. Después de muchos años con el reloj, he probado con él cuando estaba en modo PAUSE, y nada. Quizá está estropeado - contestó el abuelo, levantándose de la butaca. Y cogiendola por los hombros le dijo: 

-¡Bueno Ana! Ahora que ya conoces el secreto familiar, te toca a tí. La verdad es que pensaba pasártelo cuando tuvieras 14 años, como es normal, pero ya que te has adelantado, creo que es mejor que te ocupes tú de él. Yo ya soy mayor, y no puedo hacer según qué cosas.

- ¿Qué?  ¿Aceptas la propuesta que te hace tu abuelo?

Ana no sabía qué decir. Por un lado tenía ganas de decir que sí , pero sabia que desde ese momento nada sería igual para ella.

(Parte 4ª próximamente)









martes, 11 de marzo de 2008

Aventuras en el Polo Norte (1ª Parte)

Érase una vez dos hermanos, Oriol y Clara, que tenían unos abuelos que vivían cerca del Polo Norte. Eran esquimales, y en recuerdo de sus antepasados, cada Verano dejaban sus casas de madera en el pueblo, para pasar unas semanas viviendo en igloos. Éstas son construcciones de hielo de forma redonda, donde para entrar te tienes que poner de rodillas, y pasar por un pequeño tubo hasta el interior. De esta forma, aunque fuera haga muchísimo frío, dentro puedes estar muy calentito.

Ese Verano, Clara y Oriol, de 7 y 9 años respectivamente, fueron a pasar unos días con sus abuelos. Allí se encontraron con sus otros cinco primos: Jim, de 5 años, Anna de 7, Mike de 8, Susan de 10, y Gorge de 12 años. Ellos vivían en Canadá, un país que está al otro lado del Océano Atlántico. En total eran 7 niños, y todos ellos hacía muchas semanas que esperaban ese momento. ¡No todo el mundo puede contar que ha volado en avioneta por encima de los glaciares y los icebergs, y que además ha aterrizado en el hielo!

Pues bien, después de pasar el primer día deshaciendo las mochilas, y contando a los abuelos cómo estaba la familia, y cómo habían ido las notas del cole, llegó el esperado momento de preparar la exploración del hielo. En primer lugar, el abuelo los hizo sentar a todos en círculo, dentro del igloo más grande. Se colocó en el centro, y mirándoles seriamente les dijo:

-No os alejéis tanto que dejéis de ver los igloos, ya que podríais perderos.

Después de esperar unos segundos a que todos los niños asimilaran ese primer mensaje, les dijo:

-Llevaos siempre una radio con vosotros, e id siempre en parejas. Y por último - acabó - ¡Nunca os acerquéis a ningún animal, sobretodo a los osos polares, que son muy peligrosos!

Los 7 niños se quedaron callados y sin apenas moverse, pensando en lo que había dicho el abuelo. Sus padres les habían contado las numerosas aventuras que había vivido el abuelo cuando era joven, antes de casarse con la abuela, y sabían que hablaba muy en serio. Todavía recordaban aquella vez que el abuelo cazó un oso polar de casi 3 metros de altura, sólo con una lanza. O cuando tuvo que luchar contra una Orca sólo con un kayak y un pequeño arpón.

A continuación, prepararon la excursión del día siguiente con mucho cuidado: cogieron mapas, mochilas, cuerdas, abrigos, guantes, comida, agua, y por si acaso, tiritas de colores, vendas, y algunas medicinas. Y por supuesto, ¡las radios!

domingo, 17 de febrero de 2008

Aventuras en el Polo Norte (2ª Parte)


La excursión empezó poco después de que saliera el Sol, y hubieran devorado un estupendo desayuno estilo esquimal y preparado por la abuela. Todos se caían de sueño, pero sabían que había que salir pronto para aprovechar las horas de más calor. En el Polo Norte hace mucho frío cuando se oculta el Sol, y por ello tenían que estar de vuelta antes del anochecer.

Partieron hacia el Norte, gracias a la ayuda de una brújula, en dirección hacia las montañas de hielo que se veían desde el igloo. Quedaban bastante lejos, y no podrían llegar hasta el final, pero por lo menos podrían verlas desde mucho más cerca. La abuela les había dicho que eran enormes, y que además desde allí, podrían ver los igloos de unos amigos que habían conocido el Verano anterior. ¡Igual lograban hablar por radio con ellos y saludarse desde lejos!

George, el mayor de todos ellos, dirigía el grupo. El resto iba detrás, caminando en parejas, como había dicho el abuelo. Tras unas dos horas de caminata, a Clara le pareció oir un lamento que venía de detras de unos bloques de hielo, a un lado del camino. Al principio no hizo caso, pero la segunda vez que lo escuchó se separó de Mike, con quien iba caminando en pareja, y se acercó al bloque más grande, desde donde parecía que venían los sonidos.

- ¿Qué haces, Clara?- se preguntó George
- Creo que hay algún animalito ahí detrás - contestó ella.
- ¿No recuerdas lo que dijo el abuelo?- le dijo su hermano Oriol.

Y ella respondió: - ¿Y si hay algún animalito que necesita ayuda? - Y sin esperar más, rodeó el bloque de hielo y gritó con emoción: "¡Es un osito!".

Todos los demás se acercaron corriendo, ¡y allí estaba! ¡un osito polar que no debía tener más que unos meses! Parecía muy cansado, aunque no tenía ninguna herida. Seguramente llevaba varias horas perdido. Lo cual hizo que todos recordaran lo que había dicho el abuelo sobre los osos y lo peligrosas que eran las madres. Rápidamente empezaron a mirar el horizonte en todas direcciones, para ver si veían a la madre o al padre osos. Tras un rato de observación no vieron nada aparte de hielo, excepto un trozo muy grande de madera junto a la costa, a unos 100m de donde estaban.

- Seguro que ha venido en ese trozo de madera - dijo George, mientras se acercaba para verlo mejor.

Justo cuando llegó, oyó unos chillidos que venían del agua. Levantó la mirada, ¡y delante suyo había tres delfines que les estaban mirando!
-¡Venid todos! - gritó a los demás.

Cuando todos llegaron, incluyendo el osito que les seguía por detrás, los delfines chillaron más fuerte, moviendo la cabeza hacia atrás, señalando mar adentro. Y a los pocos segundos, se añadió a la fiesta una enorme ballena gris, que apareció de debajo del agua, a muy pocos metros de la costa. Todos los niños retrocedieron unos pasos hacia atrás, asustados por el tamaño y las dimensiones de la ballena: era tan larga y alta como un camión con remolque.

De repente, el osito saltó sobre el lomo de la ballena, que ya estaba casi pegada a la costa, subió hasta la parte de arriba. Desde allí, se dió media vuelta para mirar a los niños, y empezó a mover la cabeza igual que los defines: primero mirandoles, y después mirando al mar.
- Creo que quiere que subamos - dijo Jim, el más pequeño.
Y sin esperar a que los demás dijeran algo, saltó también al lomo de la ballena, y subió hasta unirse al osito, que empezó a mover las patas delanteras dando signos de alegria.
- ¡Pero qué haces, Jim!- dijo George.
- El osito quiere que le ayudemos, y sus amigos la ballena y los delfines también. - contestó Jim, cruzándose de brazos.
- La verdad es que esto es tan increíble que creo que tienes razón- dijo Susan, empezando a trepar por el lomo de la ballena.
Al cabo de un minuto estaban todos encima, y la ballena empezó a dirigirse mar adentro, siguiendo a los delfines, que encabezaban la marcha.

domingo, 10 de febrero de 2008

Aventuras en el Polo Norte (3ª y última parte)

Las dos horas siguientes las pasaron navegando muy lejos de la costa. Durante la travesía habían pasado junto a icebergs enormes, mayores que casas de muchos pisos. Varias veces vieron a lo lejos cómo algunas Orcas salían del agua para caer de espaldas con todo su peso. ¡Menos mal que estaban encima de la ballena! Porque cuando caían cerca, se creaban unas olas muy grandes, que de estar mas cerca seguro les habrían mojado, ¡y el agua de estos mares está congelada!

Cuando los más pequeños llevaban un rato preguntando a George: "¿Cuanto falta?", la ballena cambió ligeramente de rumbo, y se dirigió hacia una zona donde había una parte sin hielo, compuesta de arena y rocas de un color marrón oscuro. Al llegar, el osito se tiró rápidamente al agua sin esperar a que la ballena llegara hasta la orilla, y se fué corriendo hacia lo alto de las rocas. Miró durante unos segundos, y volvió con los niños.

-Bueno osito, supongo que esta es tu casa. Así que ¡Corre! ¡Ve con tu mamá y tus hermanitos! - le dijo Clara.
-¡Eso! ¡Ve! ¡Corre, que seguro que tu mamá estará muy preocupada! - dijo Susan.

Cada uno de los niños le dió un abrazo al osito, y después esperaron a que se fuera a su casa. Pero en lugar de irse, el osito empezó a morder los bajos del pantalón de George y a tirarle hacia el interior de la costa.

- Creo que quiere que le acompañemos - dijo Anna.
- Pues no podemos ir -contestó George, mientras intentaba librarse del osito - Recordad lo que nos dijo el abuelo: no nos podemos acercar a los animales, y menos a las mamas osas, que se enfadan muchísimo si te ven cerca de unos de sus ositos-.

Desde el agua, la ballena lanzó un resoplido fortísimo, y después los delfines también chillaron muy fuerte.

- Vale, vale. Esta bien. Ya voy contigo - dijo George.
- Esta vez te acompaño - dijo Susan- Soy la segunda mayor, y recuerda que no podemos ir solos por aquí, por muy mayores que seamos.

-Está bien, hermanita - dijo George - Vamos. Los demás, esperad aquí y quedaos junto a la ballena. Y si veis que venimos corriendo, ¡subid enseguida encima suyo, porque es muy posible que nos esté persiguiendo una osa!

-Vale... - dijeron todos.

Susan y George, cogieron las mochilas con la cuerdas, y siguieron al osito, que ya estaba corriendo hacia el interior. Después de subir hasta la parte de arriba de la playa, el terreno era de nuevo hielo, y casi plano, por lo que pudieron ver a lo lejos una osa enorme, que estaba junto a una grieta en el hielo.

- ¡Mira George! -grito Susan.
- No te muevas. - contestó George-.

Los dos niños se quedaron quietos como estatuas, muertos de miedo, mientras el osito corrió hacia su mamá. Cuando llegó junto a ella, miró hacia el interior de la grieta, y emitió un bramido muy largo y agudo. A continuación, miró de nuevo a los niños y bramó de nuevo.

- ¿Qué hacemos, George? - dijo Susan -Creo que necesitan nuestra ayuda. Seguro que hay alguno de lo suyos en el fondo de esa grieta.
- De acuerdo, Susan - contestó George -, pero si la osa se pone nerviosa, nos damos la vuelta y a correr. ¿Vale?
- Vale - confirmóSusan.

Ambos iniciaron la marcha hacia la grieta. A los pocos pasos, mamá osa empezó a moverse hacia ellos indicándoles que no se acercaran más. Los niños se pararon en seco y dieron media vuelta, preparados para empezar a correr. Pero justo en ese momento, el osito se puso delante de la osa y no la dejó avanzar. Mamá osa se paró e intento apartar al osito con su gran hocico, pero el osito resistió impidiendo que su mamá pudiera avanzar hacia los niños.

Finalmente mamá osa volvió a la grieta, y Susan y George pudieron avanzar. Al llegar junto a la grieta, se colocaron en la parte opuesta a la que ocupaba la osa, por si acaso, y miraron hacia el fondo.

- ¡Mira George! ¿Lo ves? ¡Es un osito que se ha caido! - exclamó Susan.

A unos 10 metros debajo de ellos, y en un pequeño saliente que hacía de balcón, había un pequeño osito, más joven incluso que el su amigo osito. No parecía que estuviera herido, pero sí muy cansado. ¡Debía llevar allí abajo varios dias!

George sacó rápidamente la cuerda de escalada que llevaba en la mochila, clavó en el hielo un piolett, como le había enseñado su abuelo en Veranos anteriores, y le ató un extremo de la cuerda. Después se puso crampones en la botas para poder clavarlos en el hielo, se aseguró el tro extremo de la cuerda al cuerpo, y empezó a descender por la grieta. Tras descender los 10 metros, llegó a donde estaba el osito.

-¿Hola osito! - le dijo cariñosamente George, mientras se acercaba con cuidado al asustado osito. -Vamos a sacarte de aquí enseguida, ¿Vale? - gritó Susan desde arriba.

George se desató la cuerda y se la puso alrededor del cuerpo del osito. Tras asegurarse de que estaba bien atada, dió señales a Susan, que empezó a tirar de la cuerda con todas sus fuerzas. Pero a pesar de que hacía todo lo que podía, el osito apenas se elevó unos centímetros.

-¡Pesa demasiado, George! ¡No puedo con él! - gritó desesperada Susan.

Y en ese instante, el osito empezó a elevarse rápidamente. Tanto, que en pocos segundos estuvo arriba.

-¡Muy bien Susan! - gritó George- ¡Ahora tírame la cuerda de nuevo y ayúdame a subir!

Cuando George llegó arriba, y miró hacia delante, no se podía creer lo que veían sus ojos: ¡Mamá osa, osito, y Susan estaban tirando conjuntamente de la cuerda! ¡Por eso subieron tan rápido!

Después de un rato mirando cómo mamá osa mimaba a sus ositos, Susan y George decidieron que ya era hora de volver con los otros. Se despidieron de la família de osos, y volvieron a la playa.

Cuando llegaron a la playa, se quedaron de nuevo parados ante lo que vieron: ¡Un enorme helicóptero estaba sobre la arena! Y dentro, además de los primos y hermanos, estaba el abuelo, sentado en el asiento del copiloto, y sonriendo.

-Por lo menos no parece enfadado, ¿No, George? - dijo Susan
-Pues parece que no, Susan.

Una horas más tarde, ya de nuevo en los igloos de sus abuelos, habiéndose cambiado y cenado sin comentar nada sobre la aventura, los niños se fueron a la cama, pensando que los abuelos no habían dicho nada porque realmente estaban MUY ENFADADOS.

Pero cuando llegaron a la cama, se encontraron con un cuento encima que se titulaba: "La leyenda del osito y la ballena gris". ¿A que no sabéis qué contaba? Seguro que ya lo habéis adivinado: ¡La misma historia que les ocurrió a nuestros amigos! Por eso el abuelo no estaba enfadado, porque sabía que cada muchos muchos años, esta leyenda se repetía de verdad, y algunos niños tenían la inmensa suerte de vivir esa gran aventura.