Aquella mañana de primavera, a Ana no le hizo falta el despertador para levantarse. ¡Cumplía10 años y se sentía llena de energía!
Por primera vez, sus padres le dejaban organizar su fiesta de cumpleaños, y además, había convencido a sus abuelos para celebrar la fiesta en el jardín de su casa. Sin embargo, su abuela sólo le había puesto tres condiciones: que no entraran en el taller del abuelo, que la fiesta acabara antes de las 8 de la tarde, y que lo dejaran todo recogido antes de irse.
¡La mañana de los preparativos pasó volando! Eran casi las 2 de la tarde, y junto con sus amigas Paula, Lola y Laura, que habían ido a primera hora para ayudarla, todavía estaban acabando de escribir los nombres de los invitados en todos los vasos y platos. Así, cada uno tendría siempre su vaso y su plato, y al final del día habría muchísimo menos plástico para llevar a los contenedores de reciclaje.
Mientras tanto, sus hermanos Alex y Cristina eran los encargados de pintar y colgar las pancartas y los globos, tanto en el jardín como en el salón, por si se ponia a llover durante la fiesta. ¡Se lo estaban pasando bomba con las pinturas!
A las 4 de la tarde, todos los invitados hacía rato que habían llegado, y dividían el tiempo entre participar en los juegos que habia organizado la madre de Ana, y devorar la merienda, sobretodo los croisants de jamón o bocadillos de crema de cacao.
Se estaban terminando muy rápido, como en todas las fiestas, pero Ana lo tenía todo planeado: sólo había sacado de la cocina la mitad de la comida y bebida. Al rato, cuando todos llevaban ya un tiempo pensando que se habían acabado los que más les gustaban, ¡sorprendió a todos sacando más bocadillos, croissants, y bebidas de nuevo!.
En uno de los viajes a la cocina, al pasar por el salón, observó que la puerta del taller de su abuelo estaba medio abierta. Se acercó para cerrarla, y asegurarse de que nadie entrara, pero cuando cogía el pomo de la puerta para cerrar, le sorprendió un brillo intenso que salía del interior del taller. Emitía luces de varios colores, desde dorado a rojo rubí. A pesar de que sabía que no debía entrar, no pudo evitar acercarse un momento para ver qué era lo que brillaba tanto.
El objeto estaba encima de la mesa de trabajo, rodeado de papeles y libros. Lo cogió y lo observó con curiosidad: parecía un reloj antiguo de oro, y tenía un cristal rojizo en la parte de arriba. Contenía 4 agujas en lugar de 3. Y a los lados había varios botones pequeños, como en los relojes modernos. Era muy raro, pero le sonaba familiar, como si lo hubiera visto antes, aunque no recordaba dónde.
De repente, recordó que no debía estar allí. Alargó el brazo hacia la mesa, para dejar el supuesto reloj donde estaba, pero antes de soltarlo, apretó sin querer uno de los botones ¡Al instante, el cristal del reloj iluminó toda la habitación de un rojo intenso! A los pocos segundos, se apagó casi del todo. Cuando iba a presionar de nuevo el botón para que se apagara del todo, notó que había cambiado algo del ambiente: ¡No se oía a nadie de la fiesta!
Salió del taller todavía con el reloj en la mano, asomó la cabeza al salón, y seguía sin oir nada. ¡Era como si todo el mundo se hubiera ido al mismo tiempo! Avanzó unos pasos por el salón en dirección al jardín. Y Nada, ningún sonido, tampoco de la calle. Salió al jardín, y ¡lo que vió la dejó de piedra!
1 comentario:
¿Que pasa? ¿Que pasa? ¿Donde están todos?
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